martes, 22 de diciembre de 2009

Oscuridad

Ceci quizás se acuerde...






Si hay un lugar donde es más fácil ver lo que somos, ése lugar es la oscuridad. Y suena contradictorio, ver donde no se ve. Pero para descubrirnos hace falta cerrar los ojos, hay que callar la boca y las orejas que siempre están diciendo y presumiendo. Un espejo sólo muestra la forma de la piel, piel que envuelve carne y un montón de huesos. Los ojos no pueden descubrir nuestra realidad, a lo sumo la pueden padecer. Estúpidos ojos, inútiles ojos, ahora que todo es oscuro y que siento que soy más yo que antes, cuando mi sombra me perseguía por todos lados, mutando en monstruosas figuras sin sentido, en miedos cercanos pero sin contacto; miedos tangibles, miedos que se reflejan en mis ojos.
Y ésta no es la soledad. éste no es el lugar donde nada parece tener sentido, donde parecemos una ausencia. Oscuridad que abre la mente para poder percibir lo que pasa del otro lado de la piel: en las profundidades donde viven las ideas, los deseos y los miedos.
Y el espejo que me mira mientras lo miro, la ausencia al ver sólo una mirada que ni siquiera trata de aceptar lo que es. Estúpido espejo, inservible sombra. Tontos ojos...

Todo tan claro, todo tan oscuramente claro...


sábado, 28 de noviembre de 2009

Inalcanzable




Cuando el punto de vista no es mas que un simple par de ojos lo imposible se hace infinito y lo alcanzable son sólo los pasos previos hasta caer en la realidad de lo efímero de tus ojos que sólo ven el celeste del cielo, que se cierran molestos por un viento ––que también es aire––, que sólo responden a otros ojos, que sólo reaccionan con otra piel, otra piel tan lejana que da lo mismo el cielo o tu espalda desnuda en una cama; mis ojos ahora se sienten así.



jueves, 26 de noviembre de 2009

Los vacíos







Después de hacer el amor se dejaron de amar. Se miraron como intrusos, se refugiaron en sabanas maltratadas, se vistieron en un silencio que incomodaba porque cuando no hay nada por decir esta todo por mirar, y para él era una espalda perfecta dibujada por una luz que venía desde la calle. Ella le suplicaba a un buen diablo fiel no escuchar la frase, suplicaba que él no hablase, ni siquiera un suspiro con dobles intensiones.
La esperó en la puerta a que saliera del baño. Después el ascensor, el hall y la puerta de calle. Un beso sin destino, un nos vemos sin deseos. Una espalda cubierta en una remera negra, un taxi que paraba en la esquina y una noche por demás silenciosa.


jueves, 19 de noviembre de 2009

Respuesta




No esperes la historia, hoy no hay palabras fuera de mí. No hace falta que conozcas mis pecados, no hace falta que te diga mis mentiras, porque en mí hay un poco de todos. Pero las palabras se me van otra vez (mirame, lo estoy haciendo). Pretendo encontrar las respuestas así, en la abstracción de escribir, algo así como una terapia de diván o hablarse cara a cara con el espejo. Pero no. Ni siquiera cerca de encontrar las respuestas. A lo sumo el consuelo de saber que la respuesta no cambia nada: mi ambivalencia es así, tus ojos son así y ni siquiera sé por qué escribo si no quiero, por qué enfrentarme a este lado de mi mente si ahora no hay historias, no hay rimas, ni siquiera una mentira en una estrofa que seguro a vos te gustaría.

No. Ni siquiera eso. Y mejor sería tirar todo a la basura virtual. Desea guardar los cambios: No. Y chau intento frustrado de querer encontrarme las soluciones. Y la psicóloga que no me entiende, el espejo que esta roto y todo esto que lo siento tan vacío, tan sin sentido.

El ritual de contarte todo lo que no sé vivir. Las historias que ahora me pregunto si me gustaría más vivirlas o escribirlas. Pero también es un poco así. También es un poco así asumir esta cobardía de no poder ser otra cara más del dado que gira y gira y no sabe parar. Pero también es la rebeldía, la fuerza, las ganas de no tener ganas de poner todas mis ganas en ésa estúpida figurita repetida de quienes pretenden de mi ser lo tan mejor, lo tan triste y tan mejor, lo tan triste que es mejor dentro de lo normal.

No. No soy así. Y por eso la mentira (quizá). La única manera de hacer la guerra de una manera pacífica, de evitar vidrios rotos y palabras que se gritan porque así es esto de la convivencia. Y deber ser por esto el juego, debe ser por esto que nadie me entiende, porque acá en esta habitación juego solo, solo porque otros ojos ya tratan de entender, tratan de modificar el reglamento tan psicológico que seguramente Freud lo espera con una solución.

No. Y lo repito. No a las ganas de apretar la crucecita de arriba y dejar en el olvido estas palabras. Porque yo también soy esto, todo esto que no tiene manera de encajar con las historias que ya conocés. También soy esto y es como que ya lo sabés. Es como que esto ya lo vivimos y ahora sonreís, mirás un poco algún punto en blanco y me decís lo que pensás.



viernes, 13 de noviembre de 2009

Niñez

Por mis veintiún vueltas alrededor del mismo sol



Una casa con un patio grande y muchas plantas.
Un departamento en Villa del parque donde cerca de la estación estaba una juguetería donde había un tren que yo anhelaba y que mi mama nunca me compró pensando que ya se me iba a pasar las ganas de tener aquél juguete.
Una vereda donde jugaba a la pelota y me caí muchas veces.
Una bicicleta amarilla flúor por donde sólo me permitían andar por la vereda.
Un Citroen 2 V color rojo completamente destruido pero que andaba y que nos llevaba a todos lados.
Una bicicleta negra en la que me escape en calles que creaía mías.
Una pelea de mis viejos.
Un día de lluvia que también era navidad.
Una tormenta muy fuerte que inundó las calles del barrio.
Muchos golpes por atolondrado.
Una bicicleta gris y un escape por las calles del barrio y el ausente recorrido por las veredas.
Mi abuela paterna que siempre me daba plata.
Una almeja en San Clemente que se escondió en la arena y parecía un monstruo temible.
Un cumpleaños con pocos amigos.
Una hamburguesa con papas fritas y coca cola antes de ir al cine con mi viejo.
Una banqueta de madera que la usaba de auto de carreras, y una sensación de felicidad lejana, palpable, pero lejana.
Una bicicleta verde marino (con cambios). Y un camino sin Norte.


jueves, 5 de noviembre de 2009

Encuentros




Ayuda básica de referencia:
Ubicación: Buenos Aires- Capital federall
Tren: Urquiza.
Tiempo prodemio de viaje: 20 minutos.






A quien me recuerda pero no se acuerda.



Andá a saber por qué el despertador no sonó. Y no le buscaba explicaciones metafísicas, más bien los insultos correspondientes cuando se está llegando media hora tarde a las obligaciones de todos los días. Seis y media de la mañana. El tren que pasaba menos cuarto y olvidate, a lo sumo llegás a las siete. Pero el sopor, el cansancio acumulado de meses en el placer de sentir la cama tan a gusto. No. Levantate que después perdés ritmo, y encima las faltas acumuladas. No. dejá de dar vueltas y hacé el esfuerzo sobrehumano de romper el gradiente de placer de almohada y frazada hasta la nariz y enfrentá la cruel realidad.

El baño, la necesidad, los dientes, tres galletitas como desayuno. Cambiarme con el primer jean que encontré tirado y salir. Las siete. Esperar otro tren más. La llovizna que empezaba a caer con más fuerza. Las ganas de volver. Todo sin un sentido, todo absurdo en ése dolor de pasos bajo la lluvia y viento en la cara desde casa hasta la estación. Y seguir, el gradiente hecho pedazos, como tantas veces.

En la estación de Villa Bosch raras veces pasan cosas interesantes. Hoy fue un día que de raro sólo tuvo el incumplimiento de horario del tren, y no por llegar tarde, sino por llegar temprano. Un minuto antes, nada más y nada menos. Y si ya estabas media hora de distancia detrás de lo habitual por qué esa necesidad del último vagón, por qué ese último recurso de querer romper el tiempo y los pasos acelerados. No. El último vagón, puerta del medio. Muchas caras, pocas miradas. Los auriculares ya estaban mandando música a mis oídos. Buscar el espacio correcto, donde nadie molestara con empujoncitos involuntarios por las sacudidas del tren. Pero imposible. La hora pico en su máximo esplendor y meterse en donde se podía.

El tren se detuvo como corresponde en Tropezón. Abrió las puertas como sin ganas y la segunda oleada de gente que entraba como podía. Era ella. No la vi entrando, la vi después, de espaldas a mí. Era tan ella como siempre. Era ella y no había respuestas, sólo mis ojos torpes tratando de disimular la sensación inevitable en el estómago. Era tan ella que no parecía real. Era ella en su pelo liso, en el castaño claro, en los ojos que no los había visto pero seguramente eran verdes, era ella como ella es en mi recuerdo, era ella tan distante que los años acumulados y las cuatro o cinco personas que nos separaban eran el mismo abismo.

Esperar la mirada, esperar que alguna viejita pidiera permiso y en esa vuelta a la realidad de sus ojos perdidos me mirara. Pero no, ninguna vieja, sólo gente, más y más gente. El recuerdo que me clavaba los pies, las articulaciones rígidas, mi boca que era un silencio de verdad nefasta recién descubierta, mis ojos que sólo se perdían en su pelo y mi mente que estaba tan confundida como mis manos ahora que escribo.

Era ella y yo ahí, quieto, con el miedo que deja el pasado en el amor a oscuras, quieto como si la muerte me hubiese ignorado, condenándome al sufrimiento de un instante más. Las estaciones que parecieron no existir. Estación Lynch, General Paz allá arriba y ella que pedía permiso y se preparaba a bajar. Por qué en Devoto, por qué tan rápido, por qué tanta gente en el medio y por qué ese miedo de escritor que tenés. Pero más que nada… por qué en Devoto, por qué no Arata, en agronomía, donde está la sede de la UBA en la que ella seguro estudia (hasta lo que yo sé).

Pero ninguna respuesta. La puerta que se abrió de golpe y ella que desapareció como el fantasma que atormenta mi recuerdo. Y seguila, idiota. No pensar, actuar por instinto, por latidos, por sinapsis incompleta y sin sentido. Pero tarde, siempre tarde. Pedir permiso y empujar a los que estaban a mí alrededor para quedar contra la puerta que se había cerrado. El tren otra vez en marcha.

––Querido, la próxima estación queda cerca–– me dijo una señora con toda su amabilidad.

––¿Cómo? ––pregunté.

––Que no te preocupes porque la próxima estación está acá nomás. No te pasas tanto.

Sonreí.

––Sí, lo sé. Gracias señora. Pero llevo más de tres años reaccionando tarde.

Obviamente no me entendió. Y para que aclarar que me había pasado de historia y no de estación, que la puerta me negó volver a caer en esos ojos verdes y no en Devoto.

El vacío, el momento después de saber que se es la persona más idiota del planeta. El vacío del presente cuando el pasado lo es todo. Estaciones sin sentido. Porque el sentido estaba atrás, y no en las estaciones, sino en el tiempo, en mi rigidez tan mía en el momento previo de hacer algo importante. Terminal de Federico Lacroze. Gente y más gente. Historias que no conozco a mí alrededor, pasos torpes y miradas vacías.

Después fue todo como un suspiro. Obligaciones educativas, intenciones facultativas que mis ojos camuflaron con gran destreza mientras de éste lado sólo podía pensar en ella. Esperar al reloj. El cumplimiento presencial (sólo queda el intelectual). Y volver. La esperanza idiota del poeta que vive de la rima y no del verbo.

Y ya no era otro día mas que me había levantado tarde, era más bien un destino. Era buscarla a ella en el tren, era buscarla a ella que no se escondía pero que tampoco me buscaba, era la sinapsis incompleta de sonreírle y no pensar en el pasado que nunca existió entre nosotros, a no ser por la introducción incompleta de besos torpes de quienes intentan amar a base de prueba y error.

Mañana dejar correr el reloj, disimular quedarme dormido, disimular un fastidio de porteño que llega tarde a la obligación de todos los días, disimular estar perdido en música que nadie escucha y esperar a que sus ojos me miren cuando mi sinapsis incompleta diga su nombre, cuando le sonría como si ignorara todo el pasado y me quede mirándola sin tener ni la mas remota idea de lo que le voy a decir.