martes, 28 de abril de 2009

Las libertades




Pienso en la libertad. Y sé que mejor sería no escribir. Pero sería otro silencio más, y el ruido de la barbarie que cada vez se hace más insoportable.

Pienso en la libertad. En realidad estoy pensando en la palabra. Ahora caer por ese tobogán frenético que es el significado de lo que pienso. Debería aclarar que no escribo un ensayo ––no sé hacerlo y tampoco es mi intención–– pero pensé en la palabra, y creo que el concepto es tan erróneo como no se cree.

¿Acaso el hombre es libre? Los contextos históricos dirán que sí, la biología diría que sí. Pero lo que yo miro lo refuta. Y mis ojos no son especiales, mis ojos no son verdad, no son la verdad, pero creo ser crítico, creo poder analizar lo que miro, creo poder pensar.

El hombre puede caminar por donde quiera, cuando quiera y como quiera. Falso. Hoy la cultura es límite. La estructura nos frena. Y no es mas que la estructura que nosotros creamos, que el hombre supo crear para organizarse. Y surge la duda… como tantas dudas.

La ignorancia también es libertad; libertad de hacer lo que uno quisiera sin importar los conceptos ya preestablecidos. Un amigo mío ––que no es mío–– hace poco estuvo en Arabia Saudita y le sacaba foto a cuanto cosa encontraba después de parpadear. Era lógico ––culturalmente lógico–– que alguien le dijese que había ciertas cosas que no se podían fotografiar. Completamente comprensible. Por razones de religión y cultura mi amigo ––que no es mío–– pidió disculpas y se fue avergonzado como sé que se fue. Ahora bien. El concepto de conocer limitó su libertad de hacer lo que quisiera; de repente alguien le enseñó que existía un límite.

Esto significa que el conocimiento condiciona. No es pregunta, pero es necesario aclarar la negación. No somos menos libres por saber, pero es la cultura la que nos va a encerrar (y esa es la palabra que quería usar) en su forma, en su manera de ser, en su sí y no.

El hombre tiene libertad de pensar. Falso. La historia demostró que si se piensa fuera de los límites de la cultura se puede quedar fuera del círculo repetitivo que hace a la cultura la ambivalencia irónica (o viceversa) de ser y no ser; tener que esperar al tiempo para que las ideas lleven a esa idea, para que los conceptos se introduzcan en el círculo.

Pero al margen de la rebeldía, tan necesaria a los veinte años, tengo que refutarme. Porque con todo lo anterior creo que la libertad de ser es justamente condicionada por el encierro conceptual de la cultura. Es decir, que no existe libertad sin la tendencia de la cultura a encerrarnos en sus límites, porque sino no hubiese concepto de libertad, no hubiese la palabra “libertad” y yo no pensaría en la libertad y no estaría escribiendo, solo viendo los colores que no se llamarían colores, que pensaría sin necesidad de saber que estoy pensando: algo así como un chico sin personas alrededor.





todo esto surgió de: http://www.arteyfotografia.com.ar/7954/fotos/200155/#comentarios

martes, 21 de abril de 2009

Curso básico de supervivencia

A Javi...




Usted no se preocupe por las críticas, solo piense en sobrevivir. Allá abajo, hacia donde a usted lo lleva la escalera mecánica, no hay oxígeno, para nada. Y no importa que línea sea o en que estación se encuentre, el aire es una carencia en las profundidades del microsistema de los subtes. Pero la masa avanza y usted no puede (debe) quedarse atrás. Pero la decisión de cómo vivir esta en usted.

Primero elija dos botellas de plástico (pueden ser más) bien grandes. Elija a gusto porque botellas de plástico hay de muchos colores y tamaños muy bonitos. Después de la elección proceda a llenar las botellas con aire. Si usted tiene la desgracia de vivir en una ciudad contaminada y sin árboles, se encontrará con un obstáculo horripilante que lo hará reaccionar sobre la triste realidad de la urbanización. Pero la masa avanza y usted no puede quedarse atrás, en la rebeldía de defender a los pobres árboles.

Una vez satisfecho por la elección de sus botellas vaya a un parque, una plaza o algún lugar donde sobreviva algún tronco con plantas. Es de vital importancia que se encuentre lejos de automóviles, fábricas y otras máquinas destructoras del medio ambiente. Una vez encontrado el árbol saque las botellas y ábralas como si tuviera ganas de vivir. Apriete las botellas para que se vacíen de algún gas maligno que pudiera haber quedado en el interior de los cilindros huecos. Previo a esto, pierda el pudor y déle un beso al árbol que encontró y también déle las gracias por permitirle vivir a usted y a toda la humanidad. Acomode sus botellas cerca del árbol y deje que la naturaleza haga su trabajo de todos los días.

El proceso de llenado es largo. Pero existe el problema de no poder abandonar las botellas. Primero porque alguien se las puede robar y, segundo, porque no falta quién (irónicamente) le diga que esta contaminando el planeta. Para no entrar en discusión con diferentes subespecímenes de la raza humana, usted quédese con las botellas. Lleve a su pareja para no aburrirse tanto, si quiere. Si no tiene, llévese un libro para leer (o hacerse el que lee) o quizá algún dispositivo donde pueda escuchar música.

Proceso de llenado: entre treinta minutos y una hora. Tape las botellas con las respectivas tapas y vuelva a su refugio artificial. Antes de irse, déle otro beso al árbol que, sin pedirle nada a cambio, le dio a usted tanto oxígeno.

Una vez en su refugio artificial, deje las botellas junto a las cosas del trabajo o de estudio y váyase a dormir con la seguridad de tener sus botellas bien llenas de oxígeno para el día siguiente.

Sonría el despertar. Aunque no parezca el autoestima ayuda a que el viaje sea más placentero. Desayune si tiene tiempo y si se quedó dormido salga corriendo sin dudarlo a tomar el subte. Agarre las cosas que usted considera necesarias y salga la calle, enfrente la realidad de todos los días. No olvide las botellas, aunque parezca una redundancia, es normal que en este mundo de vidas sin tiempo uno se olvide de las cosas más importantes, como pueden ser un par de botellas o la vida misma.

Párese frente a la escalera y antes de bajar respire profundamente. Es verdad que en la superficie el aire no es puro ––cada vez mas el aire es cualquier cosa menos aire––, pero ayuda a ahorrar el tesoro gaseoso que usted tiene dentro de los cilindros. No exhale, aguante la respiración y baje sin temor por la escalera que lo lleva hacia el infierno.

No se preocupe por las miradas. Abstráigase de los comentarios y quejas cuando usted suba con las botellas a empujones pegajosos de personas sin nombre. Usted no tiene la culpa de que no haya lugar en la lata de metal. Sonría, ríase y dígale al que se queja ––aunque quizá las quejas solo sean miradas–– que es supervivencia; quizá lo entiendan.

No olvide que no debe respirar allá abajo. ¡No lo haga! Abra levemente una de las botellas (no del todo) y tenga a mano el pico para respirar el aire puro y vital. Procure que el aire no se escape. Respire por la boca, con una bocana larga y profunda. Sienta el aire: su frescura, su vitalidad; sienta los bronquios y bronquíolos trabajar a gusto con ese oxígeno tan puro que usted les brinda. No olvide que ese oxígeno después va parar a su sangre, por lo que no se sorprenda si de repente usted se siente con ganas de vivir: es el cuerpo trabajando a gusto.

No se sienta mal al espirar. Suelte sus gases de invernadero con ganas. No disimule. Suéltelo y contamine el ambiente. Usted no tiene la culpa que no haya árboles en el subte que den oxígeno al resto de las subespecies que lo miran con bronca.

No olvide tapar la botella una vez terminada la respiración. Sonríale a la persona que tiene al lado, coméntele lo que está haciendo y porque lo esta haciendo. Convídele de su aire. No sea egoísta. Los otros tampoco tienen la culpa que el mundo sea así.

Quizá la botella le dure todo el viaje (depende las distancias). Apriete la botella y guárdela para cuando vuelva a visitar al árbol que usted encontró. El resto del día haga su vida normal. No olvide que tiene que volver (por eso la segunda botella). Repita el proceso que satisfactoriamente logró realizar a la ida. El aire se siente igual de bien, este usted yendo o volviendo.

Con el paso del tiempo usted puede caer en cierta adicción por el oxígeno. Es normal. El cuerpo se mal (bien) acostumbra y va a querer aire. Pero con tantas adicciones, una que a usted le haga bien no viene mal, justamente. El problema es que con el tiempo usted no podrá respirar en la ciudad. Avenida Corrientes le parecerá una desagradable repugnancia por consecuencia de la combustión de autos y colectivos. Es normal cierta alucinación de pequeños monstruos de smog acosándolo en plena Florida. El número de botellas por viaje aumentará considerablemente cuando su cuerpo empiece a rechazar el aire de las calles.

Diez o quince por día lo acompañaran a todos lados. La gente se burlará de usted, es probable que lo echen de su trabajo, sus amigos se enojaran porque se pasa largas horas llenando las botellas y andará besando cuanto árbol encuentre sobreviviendo por ahí.

En ese punto su adicción al aire será un problema y usted romperá con los esquemas y se ira a vivir a un lugar más natural. Hágalo, no dude. La masa seguirá avanzando y usted se quedará atrás. Para su autoestima, conocerá gente que piensa igual que usted y, entre charla y charla, disfrutará del aire que no deberá llenar en botellas, por lo menos hasta que los ladrillos de la evolución lo alcancen, y empiece a escapar de la masa (que avanza y no se detiene) otra vez.



miércoles, 8 de abril de 2009

Prólogo de un día




Uno se despierta, no hay mucho que decir. Abrimos los ojos y por un instante todo es incierto. La habitación empieza a tomar forma de refugio personal: la cama deja de ser un mar de sábanas y recupera sus cuatro lados donde estuvimos acostados toda la noche, dando vueltas de un lado a otro, los rayos del sol dejan de parecer destellos del más allá para transformarse en el día que se proclama sin que nadie le diga buen día. Y si lo pensamos mejor, entendemos que no pasó nada de eso: la pieza se mantuvo igual, la cama estuvo soportando nuestro peso por ocho horas exactas, y los rayos del sol siguieron avanzando por el universo infinito, hasta chocar ––sin mucha lujuria de accidente–– contra la superficie de la masa ovalada y líquida que llamamos irónicamente Tierra.
La tortura de ir desde la habitación hasta el baño es la misma de siempre. Como moribundos que caminaron por el Sahara toda la noche llegamos al baño. El espejo muestra una parte de nosotros que muy pocas personas (a excepción de algunas mujeres y un reducido número de integrantes de la familia) han tenido la posibilidad de conocer. Uno entiende que el baño es un oasis en el desierto de la casa, y del barrio, y de la ciudad. Hay un solo oasis para cada uno de nosotros, a veces compartido con otras personas, pero siempre uno solo. Tras contaminar el planeta con nuestras necesidades a través del pedazo de cerámica hueco, el cuerpo se siente más aliviado y uno piensa más en el por qué nos tocó vivir en este cuerpo, en este país, en este mundo, en esta parte del universo, en esta vida y en esta realidad. Haciendo un resumen demasiado exagerado de los por qué y para qué acerca de la existencia, afirmamos que tenemos que ir a trabajar para perdernos la vida.
Por alguna especie de milagro, un fuego celeste y con capacidad de regular su intensidad sale desde la hornalla mientras la pava se llena con un líquido transparente (que no es transparente). Y menos mal que mañana no trabajo. Ya estoy planificando. El problema es que uno no sabe que hacer para que el único día de autentica libertad sea aprovechado. El líquido se apoya sobre (dentro) la pava, la pava sobre la cocina, la cocina sobre el piso, el piso sobre la superficie de un mundo que gira como loco apoyado sobre quién sabe qué cosa. Un rombo gigante que gira por diversión de algún chico, pienso mientras trato de recordar dónde quedó la bombilla del mate.
Un poco más dentro de la realidad de todos los días, uno prende el cuadrilátero receptor de señales electromagnéticas donde la comunicación y sus avances nos dicen lo que pasa en el mundo. El hombrecito dentro del cubo informativo dice ––sin muchas expresiones en su rostro–– que ayer mataron a otra persona cerca del barrio donde vivimos, que un tsunami mató a incontables personas en la India y en Indonesia. Pero a nadie le va a importar esa parte del mundo, porque a nadie le afecta (en esta parte del mundo) que hayan muerto miles y miles de personas: total hay agua corriente en casa, la electricidad esta cara pero por lo menos podemos usar la computadora para perdernos en alguna que otra realidad virtual, total a ninguno de los nuestros le pasó nada, hay comida en la heladera a pesar de la inflación, total nosotros también tenemos problemas. No podemos andar preocupándonos por miles que mueren por un maremoto. Pero, che. Que barbaridad. Acá se puede vivir, matan a unos cuantos para robarle el celular o el auto, pero qué se le va hacer, no queda otra. Pero, che. Así no se puede vivir.
Como diciendo ¡Basta! uno apaga el televisor, es imposible seguir escuchando tantas estupideces, tanto desinterés, tanta indiferencia. Pero solo nos quejamos, nadie agarra una mochila y se va ayudar a los pobres de la India. Que triste estar así, y lo más triste es que nadie reacciona para hacer algo ¿Algo? Y en ese momento todo queda en blanco y nos damos cuenta que nosotros tampoco hacemos nada. Pero ya estoy viejo para andar salvando al mundo, afirmamos frente al mate, que parece nuestro confesor de tantos años. La pava empezó a hacer ruido en el tiempo esperado.
Menos mal que mañana no trabajo. Y mirá, justo mañana hay paro de subtes. Que caos poder entrar a la ciudad para perderse la vida. Y no queda otra. Estamos tan acostumbrados a la ciudad que ya vivimos para ella. Como si fuese un gran agujero negro que nos va absorbiendo hasta lugares inimaginables. Menos mal que mañana tengo franco.
El franco, es graciosa la palabra. Pero nadie se atreverá a decir día libre, para nada; no sea cosa que uno caiga en la desesperación de pensar que el resto de los días son la condena, alguien podría pensar que la tortura se detiene una vez a la semana. Y por ahí el dominó de la masa crítica destruye las cuerdas que manejan la sociedad y se produce una revolución de ideas; poco probable. De siete días solo tenés uno para hacer todo eso que venís a hacer a este mundo. ¿Y por qué son siete? Ah cierto: Dios. Pero los tiempos cambian, podrían agregar un día más. No sería tan descabellado que pase. Y a uno le surge la duda. No es por mal creyente, pero siete días son pocos para crear algo como esto, y pensándolo mejor: si al séptimo descanso, al octavo tan bien. ¿O al octavo volvió a trabajar? Yo diría que había cosas por mejorar, toda inspiración parece perfecta en un principio, pero después de un tiempo empezamos a ver los errores. Y la creación deja de ser perfecta, ya no lo es; un gran error. Algo lindo, pero con defectos… No más cuestionamientos, aunque un día es poco.
Mira que día, che. Buenos Aires está hermosa como siempre, no puedo negarlo. Y el único que dice que no, que mejor no, que esta cansado como para ir a la plaza (que queda a unas pocas cuadras) a respirar un poco de aire, es uno mismo. El miedo a la barbarie ya te contagió. Ya te sentís inseguro de sentarte en el banco de una plaza por miedo a que te roben. Así sean las nueve y media de la mañana desconfiás de todos. Siempre mirar con duda al que tenemos más cerca. Quizás como nos mira el otro es como nosotros también miramos. Quizás el otro desconfía de nosotros, tiene miedo de nosotros; imperfecciones de la comunicación.
Ahí esta la puerta. Pareciera que no solo es un pasadizo para ir de un lado a otro, también es el límite de un territorio. Uno apoya la mano en el mecanismo que destraba la cerradura y simplemente la puerta se abre. Increíble diferencia entre puerta y pared. Ni hablar de la diferencia con las ventanas. La puerta parece la parte móvil de una pared, pero no la usamos como parte de la pared cuando esta cerrada. Tampoco usamos la puerta para mirar hacia fuera, en lo absoluto; ingenioso invento las ventanas, que se abren si queremos que entre aire ––y nada más–– o las cerramos con sus vidrios transparentes para seguir mirando hacia fuera. Uno no usa la ventana para entrar ni la puerta para mirar, aunque bien se pueden usar para esos cometidos en casos muy extraños, en emergencias como roturas de cerraduras o llaves extraviadas.
Es tan increíble verlas a cada una con su perfecta aplicación; son felices de ser así. Puerta abre y cierra para que uno pase (sin importar el estado de ánimo que tengamos). Pared esta muy firme en el lugar de siempre, marcando nuestro límite y sosteniendo nuestros adornos sin que se le caiga ninguno. Y Ventana, que siempre esta ahí para mirar cuando uno tenga ganas, sin que ella se ofenda, todo lo contrario: disfruta que la miren.
Uno apoya levemente una de sus manos (nunca las dos) sobre la manija o perilla, y tira sin mucho esfuerzo. Puerta se abre y uno ve las diferencias que hay entre este lado del marco y el que da hacia fuera. Definitivamente, Puerta me trajo a otra realidad. ¡Dios mío, que ruido hace ese colectivo! Maldita lata de metal. Que bueno sería que todos anduviésemos en bicicleta… otra vez las utopías. Puerta se cierra y con los cuidados necesarios afirmamos que esta bien cerrada. Chau, puerta, que te vaya bien. Aunque es a nosotros a quienes nos tiene que ir bien.
Antes de perderme en el océano de concreto, miro a Puerta, Pared y a Ventana desde la calle, desde el otro lado de las rejas, tratando de imaginar las cosas que les pasaran hasta que yo vuelva.
Uno se va, no hay mucho que decir.