jueves, 28 de mayo de 2009

No es prosa




Forzar las letras. Agrupar las palabras que caprichosamente no quieren decir nada. Esta inspiración sin necesidad que se quiere quejar de lo que no le duele. Estas manos que dibujan manchas en un papel y no sienten.
Y me pregunto por qué debería escribir si no sé que decir, sólo someter a todas estas palabras a que hagan lo que yo no puedo ––por cobardía––, y nunca podré hacer: decirte a los ojos lo que siento.


miércoles, 13 de mayo de 2009

Estado del tiempo




Sentir las gotas de lluvia sobre el techo de chapa; inconfundible placer. Pero mirar el sol del mediodía por la ventana resultó ser desagradable, la peor de las mezclas; los dos extremos de un día.

Llovía pero el sol brillaba. Esperar que las nubes tapasen el sol, que deberían estar cerca, viniendo del otro lado. Pero el tiempo se transformó en anormalidad. La espera de las nubes se transformó en duda, porque el sol brillaba como brillan todos los soles, porque la lluvia se escuchaba como todas las lluvias en un techo de chapa.

Caminar hacia el patio de casa y descubrir que el cielo era celeste no fue tan increíble como ver a las personas completamente indiferentes a la lluvia, con sus paraguas abiertos, las corridas sin sentido para escapar del agua cayendo del cielo como si fuera el peor de los miedos. Solo ojos hacia abajo, solo paraguas abiertos.

Las nubes estaban cerca, viniendo. Se las podía ver desde el Este. El sol brillaba y el agua mojaba, pero había una redundancia que faltaba y era normal preguntarse por qué.

Era egoísta preocuparse por la indiferencia de las personas y no por la redundancia. Pero era imposible hablar, era imposible preguntarle al hombre que pasaba por la vereda de casa si se había dado cuenta de lo que pasaba, porque las personas no solo ignoraban la lluvia, y se sentía algo similar al miedo que las personas tampoco mirasen los ojos temerosos del otro lado de las rejas, esos ojos que buscaban responder la respuesta sumergiéndose cada vez más y más en la dudad. Ni un solo parpadeo hacia el cielo, ni siquiera una mirada de reojo a quien estaba parado, con los brazos levemente abiertos, con la cara empapada en gotas de lluvia y en otra sustancia que le dibujaba esa expresión de que algo extraño estaba pasando.

Pero no. El celeste del cielo de apoco quedó detrás del gris de la tormenta, Las nubes cubrieron lentamente el cielo. El sol se transformó en recuerdo. Un trueno se hizo escuchar después de un desello que iluminó el cielo. Y pensaba que las gotas se mezclaban: las gotas de la tormenta y las gotas de la redundancia que faltaba. Pero ya no había más personas. Las calles eran de la lluvia.

Mama apreció de repente, corriendo, escapando del agua que caía como caen todas las aguas.

––¡Qué hacés parado ahí afuera! ––dijo abriendo la puerta de la calle––. Entra que te vas a empapar.

Pero hacía dos tormentas que estaba mojado. Y era normal el enojo de mama; como toda madre.

––¿Entraste la ropa del tender? ––preguntó cuando la reja de la calle se cerró.

El gesto que respondía lo que mama no quería saber. Volver a correr. Aprovechar que ya se estaba completamente empapado para entrar la ropa que seguramente estaba completamente pasada por agua. El reproche inevitable de mama una vez que la ropa estuvo a salvo dentro de casa fue inevitable; como toda madre. Dejar la ropa apoyada. La duda que se había materializado en la ropa, porque que no estaba tan mojada; solo una tormenta.

Y quedarse con la duda, dejar la ropa acomodada pensando en la duda, volver a la pieza con la duda, donde se podía escuchar las gotas de lluvia sobre el techo de chapa; inconfundible placer. Pero había una redundancia que faltaba, y era normal preguntarse por qué.