La herida fue como el fin de la inercia, fue el despertar del otro lado de la sangre, fue entender que no entendía nada, que el espejo no era reflejo si no una segunda opción.
Y despertar, la sangre derramada sobre tantas palabras, las palabras derramadas sobre tantas hojas, tantas hojas que se supieron esconder del tiempo, el tiempo que no me reconoció cuando la herida se había transformado en otro recuerdo, cuando el dolor dejaba caer una lágrima, pero no por la herida, sino por la cicatriz.