sábado, 1 de agosto de 2009

Críticas




Un joven escritor había terminado de corregir su octavo gran relato cuando decidió publicar su primer libro. Toda la familia del joven escritor se puso muy contenta. La noticia llegó a los amigos del joven escritor y se hizo una fiesta para celebrar la publicación. Después se enteraron los vecinos y, entre ellos, un vecino dueño de una pequeña editorial. El vecino dueño de la pequeña editorial pidió leer los relatos del joven escritor y le parecieron de un muy buen nivel. El joven escritor dijo que corregiría los ocho relatos y se los entregaría al vecino dueño de la pequeña editorial para publicar el libro.

Las correcciones se hicieron dudas, y el joven escritor prefirió tomarse un tiempo antes de publicar su primer libro; con veinte años todavía tenía tiempo para corregir sin presiones. El tiempo se transformó en años, y los amigos y familiares del joven escritor se preocuparon y preguntaron por qué tanto temor por publicar el libro. El joven escritor respondió que quería estar segurísimo de las correcciones, para que cada coma estuviese en el lugar donde debía estar, y que cada punto estuviese donde debería estar. Los años se acumularon y formaron una década. El joven escritor seguía sin publicar su libro. El joven escritor ya no era joven, era todo un hombre.

El hombre escritor dudaba. El vecino dueño de la editorial presionó ––con argumentadas y convincentes palabras–– al hombre escritor para que publicara el libro, pero el hombre escrito afirmó que sólo le quedaban tres relatos por corregir. Los años dejaron de agruparse, nadie se acordaba de ellos. El hombre escritor ya era viejo.

El viejo escritor estaba corrigiendo su último gran relato cuando un nuevo joven escritor le dijo que iba a publicar su primer libro. El viejo escritor le dijo al nuevo joven escritor que estuviera muy seguro de lo que iba a dejar en las hojas, porque cada símbolo que se iba a encontrar en el libro iba a ser parte de él para siempre. El nuevo joven escritor no quería cometer los mismos errores del viejo escritor y publicó su libro sin dudar un instante, ignorando las advertencias del viejo escritor. Las críticas fueron durísimas con el nuevo escritor. Nadie volvió a leer su libro.

El viejo escritor terminó de corregir sus ocho relatos y publicó su primer libro en la pequeña (que ahora era grande) editorial del vecino (que se había jubilado y dejado a su hijo a cargo del negocio). La alegría del viejo escritor se desvaneció cuando las hojas se leyeron por primera vez. Nadie entendía los relatos. El mundo había cambiado mucho y todos pensaron que las historias del viejo escritor estaban muy pasadas de moda. El viejo escritor murió un año después, con una angustia muy grande. Nadie volvió a leer su libro.


3 comentarios:

  1. Es muy triste este relato. Creo que es uno de los mayores temores de los que hoy somos o intentamos ser jovenes escritores. Ojalá uno pudiera no pensar en que van a leer cuando los lean y ojalá el joven escriitor,, a pesar del poco éxito de su libro, haya escrito otros relatos e inventado otros mundos y adquirido , de a poco, otros lectores, de a poco.

    Me gustó muchísimo


    Saludos

    ResponderEliminar
  2. Angustiante es el paso del tiempo, en todo caso nos supera: cuando creemos que lo poseemos .. y cuando lo bebemos de golpe, para no perderlo. Vanas creencias !
    Buenísimo Gastón, un beso.

    ResponderEliminar
  3. Veo que es un temor que vive en cada pequeño escitor. Y es triste pero es así, bajo la presión del temor, un temor que duele, que nos debilita y no nos deja vivir. Este relato es un recordatorio para mi mismo -y por qué no para todos los que escriben- de no caer en el los extremos de la perfección absoluta (que no existe), y la vanidad de pensar que se es perfecto (y se está lejos).

    ResponderEliminar

Huellas