sábado, 3 de enero de 2009

Estado de ánimo




Acabo de ver un libro. Lo agarré y lo abrí en la página donde el señalador indicaba que me había detenido por última vez. Y me detuve sin recordar por qué había decidido cerrar el libro en esa parte.

Acabo de mirar las letras de ese libro, sus formas tan extrañas, su color negro, perfecto contraste con el blanco de la hoja. Las letras no me miraban a mí. Las letras no miran.

Acabo de ver las oraciones que contaban la historia de ese libro, acabo de ver el final de todas las letras, de todos los significados; final abierto, final según cada uno.

Acabo de cerrar el libro, pero en ningún momento llegué a leerlo,

solo mirarlo, solo la distancia de mis ojos hasta ese cuadrilatero.

"Mirar" un libro y no leerlo, tan efímero como mirarte y no tocarte, como tocarte y no sentirte, como sentirte y no saber que siento, como la distancia de mis ojos; como mirar un libro y no leerlo.

Y ahora estoy escribiendo, ahora trato de encontrar una solución, pero sé que en el laberinto de mi mente no hay minotauros, solo ideas, solo sensaciones, solo momentos; solo un café con leche, solo unas enormes ganas de dormir, solo un contraste en la oscuridad; solo palabras que tratan de no existir en vano, solo...


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Huellas