miércoles, 8 de abril de 2009

Prólogo de un día




Uno se despierta, no hay mucho que decir. Abrimos los ojos y por un instante todo es incierto. La habitación empieza a tomar forma de refugio personal: la cama deja de ser un mar de sábanas y recupera sus cuatro lados donde estuvimos acostados toda la noche, dando vueltas de un lado a otro, los rayos del sol dejan de parecer destellos del más allá para transformarse en el día que se proclama sin que nadie le diga buen día. Y si lo pensamos mejor, entendemos que no pasó nada de eso: la pieza se mantuvo igual, la cama estuvo soportando nuestro peso por ocho horas exactas, y los rayos del sol siguieron avanzando por el universo infinito, hasta chocar ––sin mucha lujuria de accidente–– contra la superficie de la masa ovalada y líquida que llamamos irónicamente Tierra.
La tortura de ir desde la habitación hasta el baño es la misma de siempre. Como moribundos que caminaron por el Sahara toda la noche llegamos al baño. El espejo muestra una parte de nosotros que muy pocas personas (a excepción de algunas mujeres y un reducido número de integrantes de la familia) han tenido la posibilidad de conocer. Uno entiende que el baño es un oasis en el desierto de la casa, y del barrio, y de la ciudad. Hay un solo oasis para cada uno de nosotros, a veces compartido con otras personas, pero siempre uno solo. Tras contaminar el planeta con nuestras necesidades a través del pedazo de cerámica hueco, el cuerpo se siente más aliviado y uno piensa más en el por qué nos tocó vivir en este cuerpo, en este país, en este mundo, en esta parte del universo, en esta vida y en esta realidad. Haciendo un resumen demasiado exagerado de los por qué y para qué acerca de la existencia, afirmamos que tenemos que ir a trabajar para perdernos la vida.
Por alguna especie de milagro, un fuego celeste y con capacidad de regular su intensidad sale desde la hornalla mientras la pava se llena con un líquido transparente (que no es transparente). Y menos mal que mañana no trabajo. Ya estoy planificando. El problema es que uno no sabe que hacer para que el único día de autentica libertad sea aprovechado. El líquido se apoya sobre (dentro) la pava, la pava sobre la cocina, la cocina sobre el piso, el piso sobre la superficie de un mundo que gira como loco apoyado sobre quién sabe qué cosa. Un rombo gigante que gira por diversión de algún chico, pienso mientras trato de recordar dónde quedó la bombilla del mate.
Un poco más dentro de la realidad de todos los días, uno prende el cuadrilátero receptor de señales electromagnéticas donde la comunicación y sus avances nos dicen lo que pasa en el mundo. El hombrecito dentro del cubo informativo dice ––sin muchas expresiones en su rostro–– que ayer mataron a otra persona cerca del barrio donde vivimos, que un tsunami mató a incontables personas en la India y en Indonesia. Pero a nadie le va a importar esa parte del mundo, porque a nadie le afecta (en esta parte del mundo) que hayan muerto miles y miles de personas: total hay agua corriente en casa, la electricidad esta cara pero por lo menos podemos usar la computadora para perdernos en alguna que otra realidad virtual, total a ninguno de los nuestros le pasó nada, hay comida en la heladera a pesar de la inflación, total nosotros también tenemos problemas. No podemos andar preocupándonos por miles que mueren por un maremoto. Pero, che. Que barbaridad. Acá se puede vivir, matan a unos cuantos para robarle el celular o el auto, pero qué se le va hacer, no queda otra. Pero, che. Así no se puede vivir.
Como diciendo ¡Basta! uno apaga el televisor, es imposible seguir escuchando tantas estupideces, tanto desinterés, tanta indiferencia. Pero solo nos quejamos, nadie agarra una mochila y se va ayudar a los pobres de la India. Que triste estar así, y lo más triste es que nadie reacciona para hacer algo ¿Algo? Y en ese momento todo queda en blanco y nos damos cuenta que nosotros tampoco hacemos nada. Pero ya estoy viejo para andar salvando al mundo, afirmamos frente al mate, que parece nuestro confesor de tantos años. La pava empezó a hacer ruido en el tiempo esperado.
Menos mal que mañana no trabajo. Y mirá, justo mañana hay paro de subtes. Que caos poder entrar a la ciudad para perderse la vida. Y no queda otra. Estamos tan acostumbrados a la ciudad que ya vivimos para ella. Como si fuese un gran agujero negro que nos va absorbiendo hasta lugares inimaginables. Menos mal que mañana tengo franco.
El franco, es graciosa la palabra. Pero nadie se atreverá a decir día libre, para nada; no sea cosa que uno caiga en la desesperación de pensar que el resto de los días son la condena, alguien podría pensar que la tortura se detiene una vez a la semana. Y por ahí el dominó de la masa crítica destruye las cuerdas que manejan la sociedad y se produce una revolución de ideas; poco probable. De siete días solo tenés uno para hacer todo eso que venís a hacer a este mundo. ¿Y por qué son siete? Ah cierto: Dios. Pero los tiempos cambian, podrían agregar un día más. No sería tan descabellado que pase. Y a uno le surge la duda. No es por mal creyente, pero siete días son pocos para crear algo como esto, y pensándolo mejor: si al séptimo descanso, al octavo tan bien. ¿O al octavo volvió a trabajar? Yo diría que había cosas por mejorar, toda inspiración parece perfecta en un principio, pero después de un tiempo empezamos a ver los errores. Y la creación deja de ser perfecta, ya no lo es; un gran error. Algo lindo, pero con defectos… No más cuestionamientos, aunque un día es poco.
Mira que día, che. Buenos Aires está hermosa como siempre, no puedo negarlo. Y el único que dice que no, que mejor no, que esta cansado como para ir a la plaza (que queda a unas pocas cuadras) a respirar un poco de aire, es uno mismo. El miedo a la barbarie ya te contagió. Ya te sentís inseguro de sentarte en el banco de una plaza por miedo a que te roben. Así sean las nueve y media de la mañana desconfiás de todos. Siempre mirar con duda al que tenemos más cerca. Quizás como nos mira el otro es como nosotros también miramos. Quizás el otro desconfía de nosotros, tiene miedo de nosotros; imperfecciones de la comunicación.
Ahí esta la puerta. Pareciera que no solo es un pasadizo para ir de un lado a otro, también es el límite de un territorio. Uno apoya la mano en el mecanismo que destraba la cerradura y simplemente la puerta se abre. Increíble diferencia entre puerta y pared. Ni hablar de la diferencia con las ventanas. La puerta parece la parte móvil de una pared, pero no la usamos como parte de la pared cuando esta cerrada. Tampoco usamos la puerta para mirar hacia fuera, en lo absoluto; ingenioso invento las ventanas, que se abren si queremos que entre aire ––y nada más–– o las cerramos con sus vidrios transparentes para seguir mirando hacia fuera. Uno no usa la ventana para entrar ni la puerta para mirar, aunque bien se pueden usar para esos cometidos en casos muy extraños, en emergencias como roturas de cerraduras o llaves extraviadas.
Es tan increíble verlas a cada una con su perfecta aplicación; son felices de ser así. Puerta abre y cierra para que uno pase (sin importar el estado de ánimo que tengamos). Pared esta muy firme en el lugar de siempre, marcando nuestro límite y sosteniendo nuestros adornos sin que se le caiga ninguno. Y Ventana, que siempre esta ahí para mirar cuando uno tenga ganas, sin que ella se ofenda, todo lo contrario: disfruta que la miren.
Uno apoya levemente una de sus manos (nunca las dos) sobre la manija o perilla, y tira sin mucho esfuerzo. Puerta se abre y uno ve las diferencias que hay entre este lado del marco y el que da hacia fuera. Definitivamente, Puerta me trajo a otra realidad. ¡Dios mío, que ruido hace ese colectivo! Maldita lata de metal. Que bueno sería que todos anduviésemos en bicicleta… otra vez las utopías. Puerta se cierra y con los cuidados necesarios afirmamos que esta bien cerrada. Chau, puerta, que te vaya bien. Aunque es a nosotros a quienes nos tiene que ir bien.
Antes de perderme en el océano de concreto, miro a Puerta, Pared y a Ventana desde la calle, desde el otro lado de las rejas, tratando de imaginar las cosas que les pasaran hasta que yo vuelva.
Uno se va, no hay mucho que decir.

3 comentarios:

  1. Ufff Gastón ! todo eso pensaste en el breve plazo comprendido entre el terrible despertar (con qué humor lo haces ? yo.. un desastre !) y cerrar la puerta detrás tuyo, cuando salís a "enfrentar" el mundo ??
    sabés qué? .. salvo detalles, no es solo en la gran ciudad .. el maldito aparato que mencionás lleva ese ritmo frenético y peligroso.. de lokos ! a todos los rincones .. y es contagiosooooo!!!!
    cada vez quedan menos espacios para la utopía .. bueno, menos espacios para vivir, en realidad..
    por eso, de TUS palabras ... seguir, seguir buscando, soñando, creando hasta encontrar la imagen tan deseada. No seguir es morir.

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  2. Hace un tiempo te dije que al aparecer el leguaje técnico tus textos perdìan emoción. Después de apenas unos meses sin leerte, noto que tus textos maduraron, y que ahora el vocabulario técnico te sirve como herramienta para crear unos juegos super interesantes. Me encanta cómo escribís. Este texto en particular me obligó a moverme por diferentes dimensiones desde el principio hasta el fin.
    Cogito ergo sum, pero con emoción; parece que esa es tu filosofía.
    ¡Felicitaciones!
    Un cariño

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  3. Coincido, coincido... Con vos, con los comentarios que te hicieron. Escribís muy bien, y por más que no demostrás visiblemente emociones (del tipo cursi, creo), se ven miles más por la forma que tenes de narrar. Se puede percibir lo que opinás, tus puntos de vista, todo..
    Pensar que yo también deseo que algún día nos traslademos solo a pie, o en bicicleta. Fuera contaminación sonora!
    saludos!

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