jueves, 5 de noviembre de 2009

Encuentros




Ayuda básica de referencia:
Ubicación: Buenos Aires- Capital federall
Tren: Urquiza.
Tiempo prodemio de viaje: 20 minutos.






A quien me recuerda pero no se acuerda.



Andá a saber por qué el despertador no sonó. Y no le buscaba explicaciones metafísicas, más bien los insultos correspondientes cuando se está llegando media hora tarde a las obligaciones de todos los días. Seis y media de la mañana. El tren que pasaba menos cuarto y olvidate, a lo sumo llegás a las siete. Pero el sopor, el cansancio acumulado de meses en el placer de sentir la cama tan a gusto. No. Levantate que después perdés ritmo, y encima las faltas acumuladas. No. dejá de dar vueltas y hacé el esfuerzo sobrehumano de romper el gradiente de placer de almohada y frazada hasta la nariz y enfrentá la cruel realidad.

El baño, la necesidad, los dientes, tres galletitas como desayuno. Cambiarme con el primer jean que encontré tirado y salir. Las siete. Esperar otro tren más. La llovizna que empezaba a caer con más fuerza. Las ganas de volver. Todo sin un sentido, todo absurdo en ése dolor de pasos bajo la lluvia y viento en la cara desde casa hasta la estación. Y seguir, el gradiente hecho pedazos, como tantas veces.

En la estación de Villa Bosch raras veces pasan cosas interesantes. Hoy fue un día que de raro sólo tuvo el incumplimiento de horario del tren, y no por llegar tarde, sino por llegar temprano. Un minuto antes, nada más y nada menos. Y si ya estabas media hora de distancia detrás de lo habitual por qué esa necesidad del último vagón, por qué ese último recurso de querer romper el tiempo y los pasos acelerados. No. El último vagón, puerta del medio. Muchas caras, pocas miradas. Los auriculares ya estaban mandando música a mis oídos. Buscar el espacio correcto, donde nadie molestara con empujoncitos involuntarios por las sacudidas del tren. Pero imposible. La hora pico en su máximo esplendor y meterse en donde se podía.

El tren se detuvo como corresponde en Tropezón. Abrió las puertas como sin ganas y la segunda oleada de gente que entraba como podía. Era ella. No la vi entrando, la vi después, de espaldas a mí. Era tan ella como siempre. Era ella y no había respuestas, sólo mis ojos torpes tratando de disimular la sensación inevitable en el estómago. Era tan ella que no parecía real. Era ella en su pelo liso, en el castaño claro, en los ojos que no los había visto pero seguramente eran verdes, era ella como ella es en mi recuerdo, era ella tan distante que los años acumulados y las cuatro o cinco personas que nos separaban eran el mismo abismo.

Esperar la mirada, esperar que alguna viejita pidiera permiso y en esa vuelta a la realidad de sus ojos perdidos me mirara. Pero no, ninguna vieja, sólo gente, más y más gente. El recuerdo que me clavaba los pies, las articulaciones rígidas, mi boca que era un silencio de verdad nefasta recién descubierta, mis ojos que sólo se perdían en su pelo y mi mente que estaba tan confundida como mis manos ahora que escribo.

Era ella y yo ahí, quieto, con el miedo que deja el pasado en el amor a oscuras, quieto como si la muerte me hubiese ignorado, condenándome al sufrimiento de un instante más. Las estaciones que parecieron no existir. Estación Lynch, General Paz allá arriba y ella que pedía permiso y se preparaba a bajar. Por qué en Devoto, por qué tan rápido, por qué tanta gente en el medio y por qué ese miedo de escritor que tenés. Pero más que nada… por qué en Devoto, por qué no Arata, en agronomía, donde está la sede de la UBA en la que ella seguro estudia (hasta lo que yo sé).

Pero ninguna respuesta. La puerta que se abrió de golpe y ella que desapareció como el fantasma que atormenta mi recuerdo. Y seguila, idiota. No pensar, actuar por instinto, por latidos, por sinapsis incompleta y sin sentido. Pero tarde, siempre tarde. Pedir permiso y empujar a los que estaban a mí alrededor para quedar contra la puerta que se había cerrado. El tren otra vez en marcha.

––Querido, la próxima estación queda cerca–– me dijo una señora con toda su amabilidad.

––¿Cómo? ––pregunté.

––Que no te preocupes porque la próxima estación está acá nomás. No te pasas tanto.

Sonreí.

––Sí, lo sé. Gracias señora. Pero llevo más de tres años reaccionando tarde.

Obviamente no me entendió. Y para que aclarar que me había pasado de historia y no de estación, que la puerta me negó volver a caer en esos ojos verdes y no en Devoto.

El vacío, el momento después de saber que se es la persona más idiota del planeta. El vacío del presente cuando el pasado lo es todo. Estaciones sin sentido. Porque el sentido estaba atrás, y no en las estaciones, sino en el tiempo, en mi rigidez tan mía en el momento previo de hacer algo importante. Terminal de Federico Lacroze. Gente y más gente. Historias que no conozco a mí alrededor, pasos torpes y miradas vacías.

Después fue todo como un suspiro. Obligaciones educativas, intenciones facultativas que mis ojos camuflaron con gran destreza mientras de éste lado sólo podía pensar en ella. Esperar al reloj. El cumplimiento presencial (sólo queda el intelectual). Y volver. La esperanza idiota del poeta que vive de la rima y no del verbo.

Y ya no era otro día mas que me había levantado tarde, era más bien un destino. Era buscarla a ella en el tren, era buscarla a ella que no se escondía pero que tampoco me buscaba, era la sinapsis incompleta de sonreírle y no pensar en el pasado que nunca existió entre nosotros, a no ser por la introducción incompleta de besos torpes de quienes intentan amar a base de prueba y error.

Mañana dejar correr el reloj, disimular quedarme dormido, disimular un fastidio de porteño que llega tarde a la obligación de todos los días, disimular estar perdido en música que nadie escucha y esperar a que sus ojos me miren cuando mi sinapsis incompleta diga su nombre, cuando le sonría como si ignorara todo el pasado y me quede mirándola sin tener ni la mas remota idea de lo que le voy a decir.



4 comentarios:

  1. El viaje (muchos viajes), puertas que se cierran frente a nosotros, espaldas soñadas, algunos dejá vù, desencuentros .. o Encuentros, como vos lo llamás.
    Cada vez me gusta más leerte !
    ésto parece la vida, no ?

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  2. Y... la vida es un cuento, una novela; una historia, imperfecta, escrita en borrador. Por eso lo que escribimos no debe ser perfeto, es mejor dejarlo así, como la vida.

    Gracias por pasar, Ceci. Significa mucho.

    Te mando un beso.

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  3. Tus frases son para copiarlas todas juntitas en una página en blanco. En serio, me llegan mucho, me retratan.

    'Y seguila, idiota. No pensar, actuar por instinto, por latidos, por sinapsis incompleta y sin sentido. Pero tarde, siempre tarde.'

    Me siento así tantas y tantas y tantas veces...
    Pero me gusta ese final, ese que se queda abierto, ese que marca la posibilidad de un comienzo muy distinto... ¿Por qué no? La vida es una constante causalidad.
    Un constante encuentro y una eterna despedida.

    Genial leerte, como siempre.. :)

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  4. Jajaja! La influencia de Cortazar es grande, Kristel. La poesía en lo cotidiano, la frase en las cosas de todos los días.

    Todos somos un poquito así: el hecho y la media milesima tarde... pero bueno, es así. Como así también el final, como todos los finales: abiertos.

    Gracias por pasar siempre.

    Te mando un beso.

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